El lenguaje es una capacidad compleja que se construye progresivamente en la infancia mediante la interacción entre capacidades cognitivas, sociales, emocionales y lingüísticas. Dentro de los distintos componentes del lenguaje, la conciencia fonológica se destaca como una habilidad metalingüística esencial que permite a los niños reflexionar y operar sobre los sonidos del habla. Esta habilidad no se desarrolla de manera aislada, sino que está profundamente relacionada con otros aspectos del lenguaje, especialmente con la semántica, es decir, con la comprensión y producción de significados. El desarrollo conjunto de ambos niveles lingüísticos constituye una base sólida para el acceso a la lectoescritura, proceso que representa uno de los hitos más importantes de la vida escolar.
La conciencia fonológica implica la capacidad para identificar y manipular unidades sonoras del lenguaje oral: palabras, sílabas, rimas y fonemas. Su adquisición es gradual y sigue una secuencia evolutiva que comienza en la primera infancia. Según Adams (1990) y Goswami y Bryant (1990), esta progresión responde a una lógica de complejidad creciente, que va desde habilidades más globales, como reconocer palabras dentro de una oración o identificar sílabas, hasta habilidades más específicas y abstractas, como segmentar y manipular fonemas.
La primera etapa del desarrollo fonológico se da entre los dos y tres años, cuando los niños comienzan a tomar conciencia de que las oraciones están compuestas por palabras individuales. Esta habilidad, conocida como conciencia de palabras, constituye el primer paso hacia la segmentación del habla continua y la comprensión de que el lenguaje oral está estructurado en unidades discretas.
Aproximadamente entre los tres y los cuatro años, aparece la conciencia silábica, que implica la habilidad para dividir palabras en sílabas y también para fusionarlas. Actividades como dar palmadas por cada sílaba, formar palabras a partir de sílabas desordenadas, o identificar la sílaba inicial de una palabra, permiten fortalecer esta capacidad. En esta etapa, los niños también pueden comenzar a identificar patrones sonoros comunes entre palabras, aunque no necesariamente comprendan todavía el concepto de fonema.
Entre los cuatro y cinco años, se observa una mayor sensibilidad hacia la sonoridad del lenguaje, expresada a través de la conciencia de la rima y la aliteración. Los niños son capaces de detectar y producir palabras que riman, como “sol” y “col”, o reconocer palabras que comienzan con el mismo sonido, como “mamá”, “mesa” y “mono”. Este tipo de conciencia sonora no solo tiene un valor lingüístico, sino también cultural y lúdico, ya que las canciones, los juegos de palabras y los cuentos rimados son recursos muy utilizados en esta etapa.
Hacia los cinco o seis años, se consolida la conciencia fonémica, es decir, la capacidad de identificar, segmentar, combinar y manipular los fonemas, que son las unidades sonoras más pequeñas del lenguaje. Esta habilidad es crucial para el aprendizaje del sistema alfabético de escritura, ya que leer y escribir implica reconocer que las letras representan fonemas. Los niños que desarrollan una conciencia fonémica adecuada tienen más probabilidades de adquirir la lectoescritura de manera fluida y efectiva.
Ahora bien, este desarrollo fonológico no ocurre en un vacío. Está íntimamente relacionado con el crecimiento de otras dimensiones del lenguaje, entre ellas la semántica, que hace referencia al significado de las palabras, a las relaciones entre ellas y al desarrollo del vocabulario. A medida que los niños amplían su repertorio léxico, construyen redes semánticas más complejas y organizadas, lo que a su vez fortalece la representación mental de las palabras y su forma sonora. Como señala Dehaene (2019), la lectura eficaz no se basa solo en decodificar sonidos, sino también en atribuir significado a lo leído.
La relación entre conciencia fonológica y semántica se da en varios niveles. Por ejemplo, cuando un niño aprende una palabra nueva, no solo debe retener su forma fonológica (cómo suena), sino también su significado, su categoría gramatical y su uso en distintos contextos. Esta doble representación —fonológica y semántica— es fundamental para que el niño pueda comprender el lenguaje, producirlo con corrección y recordar las palabras de forma estable.
Además, la semántica contribuye a diferenciar palabras fonológicamente similares. Por ejemplo, distinguir entre “pata” y “papa” no solo requiere una percepción auditiva fina, sino también una representación semántica clara que permita atribuir un significado distinto a cada forma sonora. En este sentido, el desarrollo semántico potencia la precisión fonológica, al tiempo que una mayor conciencia de los sonidos permite al niño discriminar palabras cercanas y enriquecer su vocabulario.
Otro aspecto clave es que las intervenciones educativas más efectivas para estimular la conciencia fonológica suelen incorporar también elementos semánticos. Por ejemplo, al trabajar con rimas, se pueden incluir actividades que no solo identifiquen el sonido final común, sino que también promuevan la comprensión del significado de las palabras utilizadas. Del mismo modo, las actividades de segmentación fonémica pueden incluir palabras relacionadas por campo semántico, lo que refuerza simultáneamente el componente fonológico y el léxico-semántico.
Desde el punto de vista pedagógico, esta integración es esencial. Como señala Isabel Solé (1992), aprender a leer no consiste únicamente en transformar letras en sonidos, sino en construir significado a partir del texto. Por ello, los programas de alfabetización más eficaces son aquellos que abordan de manera equilibrada la conciencia fonológica y el desarrollo del vocabulario. La lectura compartida, la narración oral, los juegos de palabras, las actividades de categorización léxica y la exploración de sinónimos y antónimos son estrategias que permiten trabajar ambas dimensiones de forma integrada.
En cuanto a la investigación empírica, numerosos estudios han confirmado la relación bidireccional entre la conciencia fonológica y el desarrollo semántico. Por ejemplo, Ehri et al. (2001), en su revisión para el National Reading Panel, demostraron que la enseñanza explícita de la conciencia fonémica mejora significativamente la decodificación de palabras, especialmente cuando se combina con actividades de vocabulario. Otros estudios, como los de Garton y Pratt (1998), destacan que los niños con un vocabulario más amplio tienden a desarrollar una conciencia fonológica más precisa, lo cual apoya la idea de una influencia mutua entre ambos procesos.
También se ha observado que los niños con dificultades en uno de estos aspectos del lenguaje (por ejemplo, niños con Trastorno del Desarrollo del Lenguaje o dislexia) suelen presentar alteraciones en el otro. Esta interdependencia refuerza la necesidad de realizar evaluaciones integrales del lenguaje y de diseñar intervenciones que consideren la interacción entre los distintos componentes lingüísticos.
Finalmente, es importante destacar que el entorno lingüístico del niño cumple un rol determinante. La calidad y la cantidad de exposición al lenguaje, las oportunidades para el juego verbal, la interacción con adultos y la presencia de libros y materiales escritos influyen significativamente tanto en el desarrollo fonológico como en el semántico. La mediación del adulto, en particular, es clave para ofrecer andamiaje, ampliar el vocabulario, reforzar la forma sonora de las palabras y modelar el uso del lenguaje en contextos significativos.
En síntesis, la conciencia fonológica y el desarrollo semántico son dos dimensiones del lenguaje que se desarrollan en paralelo, se influyen mutuamente y resultan fundamentales para el aprendizaje de la lectoescritura. Mientras la conciencia fonológica permite al niño descomponer y manipular los sonidos del habla, la semántica le proporciona las herramientas para construir significado y utilizar el lenguaje con sentido. Comprender esta interacción y abordarla de manera integrada en contextos educativos y terapéuticos contribuye a favorecer trayectorias lingüísticas y escolares más exitosas para todos los niños.
Referencias bibliográficas
- Adams, M. J. (1990). Beginning to read: Thinking and learning about print. MIT Press.
- Dehaene, S. (2019). Cómo aprendemos: La nueva ciencia del cerebro y la educación. Siglo XXI Editores.
- Ehri, L. C., Nunes, S. R., Willows, D. M., Schuster, B. V., Yaghoub‐Zadeh, Z., & Shanahan, T. (2001). Phonemic awareness instruction helps children learn to read: Evidence from the National Reading Panel. Psychological Bulletin, 126(2), 251–258.
- Garton, A. F., & Pratt, C. (1998). Learning to be literate: The development of spoken and written language. Blackwell.
- Goswami, U., & Bryant, P. (1990). Phonological skills and learning to read. Lawrence Erlbaum Associates.
- Solé, I. (1992). Estrategias de lectura. Graó.