La importancia de trabajar las funciones ejecutivas en la terapia del lenguaje

En las últimas décadas, la investigación en neurociencias cognitivas ha puesto en evidencia la profunda interconexión entre las funciones ejecutivas (FE) y el desarrollo lingüístico. Tradicionalmente, el lenguaje ha sido abordado como una facultad relativamente autónoma, pero la creciente comprensión de los sistemas cognitivos ha revelado que procesos como la atención, la memoria de trabajo, la planificación y el control inhibitorio desempeñan un papel esencial en la adquisición, uso y rehabilitación del lenguaje. En este contexto, resulta fundamental incorporar el trabajo sobre funciones ejecutivas en la terapia del lenguaje, tanto en poblaciones con trastornos específicos del lenguaje como en aquellas con dificultades del desarrollo más amplias.

Definición y componentes de las funciones ejecutivas

Las funciones ejecutivas son un conjunto de habilidades cognitivas de alto nivel que permiten el control consciente de la conducta y el pensamiento. Incluyen, entre otras, la memoria de trabajo, la inhibición, la flexibilidad cognitiva, la planificación, la autorregulación emocional y la monitorización de errores (Diamond, 2013). Estas funciones permiten que el sujeto organice sus acciones de acuerdo con metas, seleccione y mantenga la atención relevante, manipule información en línea y suprima impulsos inadecuados. La corteza prefrontal, en particular, ha sido señalada como el principal sustrato neural de estas funciones, aunque su funcionamiento depende también de redes distribuidas que incluyen regiones subcorticales y del hemisferio derecho.

Interacción entre funciones ejecutivas y lenguaje

Diversos estudios han documentado que las FE están intrínsecamente vinculadas al desarrollo y uso del lenguaje. Según Bishop (2001), aunque el Trastorno del Desarrollo del Lenguaje (TDL) se define como una alteración primaria del lenguaje, sin déficits sensoriales ni neurológicos evidentes, muchos niños con TDL presentan dificultades en tareas que implican memoria de trabajo y control atencional. Esto sugiere que las funciones ejecutivas no solo son comórbidas con los trastornos del lenguaje, sino que pueden ser un factor contribuyente clave.

La memoria de trabajo verbal, por ejemplo, resulta crucial para la comprensión de oraciones complejas, la adquisición de vocabulario y la construcción de narrativas (Montgomery et al., 2010). La capacidad de retener y manipular información lingüística en tiempo real permite que los niños puedan interpretar correctamente relaciones sintácticas, seguir instrucciones y autorregular su producción verbal. De manera similar, la inhibición es necesaria para suprimir respuestas automáticas o irrelevantes, lo que facilita una comunicación más precisa y coherente.

Evidencia empírica en niños con TDL

Bishop y Snowling (2004) señalaron que los déficits ejecutivos pueden explicar, al menos en parte, la variabilidad del desempeño lingüístico entre niños con TDL. En un estudio longitudinal, encontraron que los niños con dificultades para regular su atención y conducta en edad preescolar tenían más probabilidades de presentar problemas del lenguaje a largo plazo. Asimismo, Henry, Messer y Nash (2012) demostraron que los niños con TDL tenían un rendimiento significativamente más bajo en tareas de planificación y memoria de trabajo, en comparación con sus pares con desarrollo típico.

Estos hallazgos tienen implicancias terapéuticas fundamentales. En lugar de centrarse exclusivamente en la forma lingüística (gramática, vocabulario), la intervención debe considerar los mecanismos cognitivos subyacentes que dificultan la adquisición del lenguaje. Abordar las funciones ejecutivas permite fortalecer la capacidad del niño para aprender, generalizar y usar el lenguaje de forma funcional en distintos contextos.

Terapias integradas: lenguaje y funciones ejecutivas

El enfoque de intervención basado en la integración de lenguaje y FE propone trabajar simultáneamente aspectos lingüísticos y habilidades ejecutivas. Esta perspectiva es consistente con modelos de intervención ecológicos y funcionales, en los que el lenguaje no se concibe como un sistema cerrado, sino como parte de un entramado cognitivo y comunicativo más amplio (Westby, 2000).

Por ejemplo, las tareas narrativas son una herramienta eficaz para desarrollar tanto competencias lingüísticas como funciones ejecutivas. Para contar una historia, el niño debe organizar la información, seleccionar los eventos relevantes, secuenciar acciones, mantener el hilo argumental y monitorear su discurso. A través del trabajo en narrativa, se ejercitan habilidades como la planificación, la memoria de trabajo y la flexibilidad cognitiva, en un contexto significativo y comunicativo (Gillam, Ukrainetz et al., 2005).

Otra estrategia es el uso de juegos estructurados que requieren control inhibitorio, cambio de reglas o memoria de instrucciones verbales. Actividades como “Simón dice”, “Cambio de roles” o tareas de categorización con distractores permiten reforzar las habilidades ejecutivas en paralelo con el uso del lenguaje. Además, promover el metalingüismo —es decir, la capacidad de reflexionar sobre el lenguaje— también fortalece procesos ejecutivos como la monitorización y la toma de decisiones (Bialystok, 2001).

Trastornos del lenguaje en contextos más amplios

El abordaje de las FE resulta particularmente relevante en poblaciones con diagnósticos duales o condiciones neurodesarrollativas complejas. En niños con trastornos del espectro autista (TEA), por ejemplo, las dificultades pragmáticas están profundamente relacionadas con déficits en funciones ejecutivas como la flexibilidad y la autorregulación emocional (Ozonoff et al., 2004). Trabajar estas habilidades desde la terapia del lenguaje puede facilitar mejoras tanto en la comunicación social como en la adaptación general.

En el caso del TDAH, los déficits ejecutivos como la inatención sostenida y la impulsividad afectan el rendimiento comunicativo y la organización del discurso. Aquí, las intervenciones que combinan objetivos lingüísticos con estrategias de autorregulación (por ejemplo, enseñar al niño a detenerse, pensar y reformular antes de responder) muestran una eficacia prometedora (Kim & Kaiser, 2000).

Implicancias para la práctica clínica

Incorporar el trabajo sobre funciones ejecutivas en la terapia del lenguaje implica una reformulación de los objetivos terapéuticos y de las estrategias metodológicas. El terapeuta debe identificar, además de las dificultades lingüísticas, los perfiles ejecutivos del niño y diseñar actividades que estimulen ambas dimensiones de manera integrada. Para ello, puede utilizar evaluaciones específicas como el BRIEF (Behavior Rating Inventory of Executive Function) o tareas de evaluación dinámica que exploren el potencial de aprendizaje y la autorregulación del niño.

Asimismo, resulta clave trabajar en colaboración con otros profesionales (psicopedagogos, neuropsicólogos, docentes) para promover un enfoque interdisciplinario y coherente. La intervención debe extenderse al aula, la familia y otros entornos naturales, donde las funciones ejecutivas y el lenguaje se ponen en juego en actividades cotidianas como conversar, seguir instrucciones, negociar turnos o resolver problemas.

Conclusión

Las funciones ejecutivas y el lenguaje no son dominios separados, sino sistemas interdependientes que se retroalimentan durante el desarrollo y en la vida cotidiana. La evidencia empírica sugiere que intervenir sobre las funciones ejecutivas puede potenciar significativamente los logros terapéuticos en niños con trastornos del lenguaje. A la luz de estos hallazgos, la terapia del lenguaje debe evolucionar hacia un modelo más holístico, en el que se reconozca la importancia de los procesos cognitivos generales en la adquisición y el uso efectivo del lenguaje.

Trabajar sobre las funciones ejecutivas no solo mejora el rendimiento lingüístico, sino que promueve la autonomía, la autorregulación y la inclusión de los niños en contextos sociales y educativos. Como han señalado autores como Bishop (2017), para comprender realmente los trastornos del lenguaje y diseñar intervenciones efectivas, es necesario adoptar una perspectiva integradora que contemple la complejidad de las trayectorias del desarrollo infantil.