Hace un tiempo que me planteo qué evaluamos cuando evaluamos a los niños que llegan al consultorio. Claro está que existe el criterio clínico y profesional, más allá de los resultados obtenidos en los test.
Para la formalidad utilizamos algunas pruebas estandarizadas que están traducidas al español o que son de España. Éstas nos aportan mucha información acerca de los aspectos en los que debemos trabajar y hacer énfasis en el tratamiento. Son de suma utilidad, eso es indiscutible.
Es propicio realizar una reevaluación después de un tiempo para poder observar los avances de nuestros pacientes.
Pero, me pregunto qué sucede con los modelos de lenguaje de los hogares, si las estructuras morfosintácticas por ejemplo, se acercan a las que aparecen en las distintas evaluaciones.
Hace unos años, un niño me confesó que en su casa hablaban en aymara, pero que no se lo contaban a casi nadie porque les daba vergüenza. Esto me hizo reflexionar sobre cuánta información tenemos realmente de cada paciente. O qué pasa en la actualidad con el lenguaje inclusivo. Sería oportuno indagar en cada familia cómo se comunican con el niño o niña para tenerlo en cuenta a la hora de analizar su desempeño. No quiero decir que esté bien o mal, simplemente considerarlo cuando efectuemos la puntuación.