El lenguaje narrativo constituye una herramienta fundamental para el desarrollo comunicativo, cognitivo y social de los niños y niñas. Su relevancia no solo se enmarca en el ámbito escolar, sino también en contextos terapéuticos, especialmente en aquellos orientados a la intervención de trastornos del lenguaje. En efecto, el discurso narrativo, entendido como una forma compleja de organización del lenguaje que permite relatar experiencias, imaginar mundos y compartir conocimientos, representa un objetivo prioritario en la planificación terapéutica, dado que integra múltiples dimensiones lingüísticas (léxicas, morfosintácticas, discursivas y pragmáticas) y cognitivas (memoria, teoría de la mente, funciones ejecutivas).
Diversas investigaciones han puesto de relieve que las habilidades narrativas se encuentran particularmente comprometidas en niños con Trastorno del Desarrollo del Lenguaje (TDL), Trastorno del Espectro Autista (TEA), trastornos específicos del aprendizaje, y también en situaciones de vulnerabilidad social y educativa. En este marco, el trabajo del discurso narrativo en la intervención logopédica o fonoaudiológica no solo permite fortalecer competencias lingüísticas aisladas, sino que favorece la integración funcional del lenguaje en situaciones reales de comunicación, promoviendo la generalización de los aprendizajes y la inclusión del niño en diversos contextos.
El discurso narrativo es una forma de uso del lenguaje que trasciende la simple descripción o denominación. Narrar implica estructurar eventos en una secuencia temporal y causal, identificar protagonistas y sus intenciones, manejar los conectores y marcadores del discurso, y comprender las implicancias sociales y emocionales de los relatos. Según Guzmán y Pavez (2011), “las narraciones orales espontáneas constituyen un excelente escenario para evaluar el lenguaje infantil, ya que ponen en juego competencias lingüísticas de diverso orden y reflejan, además, habilidades cognitivas y socioemocionales”.
Estas autoras han realizado importantes aportes al estudio y la intervención en narración infantil en el ámbito hispanohablante. A través de sus investigaciones, han evidenciado cómo las habilidades narrativas orales permiten detectar dificultades lingüísticas que no siempre son visibles en pruebas estandarizadas, y cómo su abordaje en terapia puede potenciar el desempeño escolar, en tanto mejora la comprensión y producción de textos orales y escritos. En esta línea, Pavez, Coloma y Herrera (2008) subrayan que “los niños que producen narraciones más organizadas y coherentes tienden a mostrar un mejor desempeño en comprensión lectora y escritura”.
Uno de los aspectos más destacados del discurso narrativo es su carácter integrador. A diferencia de tareas que se centran exclusivamente en el plano fonológico, léxico o gramatical, la producción narrativa convoca simultáneamente múltiples componentes del lenguaje. Por ejemplo, para narrar un cuento, el niño debe seleccionar adecuadamente el vocabulario, organizar las ideas en una estructura jerárquica (inicio, desarrollo, cierre), utilizar conectores discursivos, mantener la coherencia temática, adoptar una perspectiva del hablante y, muchas veces, atender a los requerimientos del interlocutor. Esto convierte a la narración en una actividad particularmente exigente, pero también en una oportunidad privilegiada de intervención global del lenguaje.
Además, la narración estimula procesos metacognitivos como la planificación, la organización y la autorregulación, lo cual la convierte en una herramienta útil no solo para desarrollar el lenguaje, sino también para fortalecer funciones ejecutivas. Esta dimensión ha sido destacada por autores como Westby (2005), quien considera que las narraciones requieren de habilidades de planificación verbal, monitorización y flexibilidad cognitiva, elementos clave para el aprendizaje en contextos formales.
Desde una perspectiva sociocultural, narrar también implica compartir experiencias y construir sentido de pertenencia. Los relatos personales, las anécdotas familiares o las historias tradicionales cumplen una función identitaria y socializadora, por lo que su desarrollo tiene un impacto profundo en la autoestima y en las habilidades sociales de los niños. En este sentido, trabajar el discurso narrativo en terapia no solo apunta al desarrollo lingüístico, sino también a la inclusión social y emocional.
En términos terapéuticos, existen múltiples estrategias para trabajar el discurso narrativo. Una de las más utilizadas es el uso de secuencias de imágenes o cuentos tradicionales como soporte para la producción oral. Esta técnica permite que el niño se apoye en pistas visuales para estructurar el relato y progresivamente incorpore elementos lingüísticos más complejos. Otra estrategia efectiva es el modelado narrativo, donde el terapeuta produce una narración modelo que luego es imitada o reformulada por el niño. El uso de andamiajes, retroalimentación explícita y preguntas de seguimiento también favorecen el desarrollo narrativo, especialmente en niños con dificultades lingüísticas.
En este sentido, Guzmán y Pavez (2012) proponen una clasificación de los niveles de desarrollo narrativo que puede orientar el diseño de objetivos terapéuticos. Estas autoras identifican distintos niveles de complejidad, desde las narraciones centradas en descripciones o eventos aislados hasta aquellas que presentan una clara estructura de macroproposición con organización causal y temporal. Esta secuenciación permite adecuar las intervenciones al nivel de desarrollo de cada niño, evitando sobrecargas y favoreciendo una progresión sostenida.
Además, trabajar con narraciones permite incorporar tareas de comprensión, tan importantes como las de producción. Preguntas inferenciales, recontado de historias, identificación de emociones de los personajes y predicción de eventos futuros son actividades que estimulan la comprensión profunda del discurso y promueven la conciencia narrativa. Como señalan Pavez, Ovando y Peñaloza (2017), “el entrenamiento en comprensión narrativa favorece la inferencia, la integración semántica y la memoria verbal, habilidades claves para el aprendizaje escolar”.
Por último, es importante destacar el rol de las familias y del entorno escolar en el desarrollo narrativo. Las interacciones cotidianas, como leer cuentos antes de dormir, contar lo que ocurrió durante el día o inventar historias en el juego simbólico, constituyen contextos naturales para el ejercicio del discurso narrativo. Desde la terapia, se puede promover la colaboración de las familias mediante orientaciones específicas y la entrega de materiales que incentiven la narración en el hogar.
En conclusión, el trabajo con el discurso narrativo en las terapias del lenguaje resulta crucial por múltiples razones: integra diversos planos del lenguaje, estimula habilidades cognitivas y metacognitivas, favorece la inclusión social y emocional, y se proyecta positivamente en el desempeño académico. Lejos de ser un complemento, el desarrollo narrativo debe constituir un eje central en la intervención lingüística, especialmente en niños con dificultades del lenguaje o del aprendizaje. Como lo han demostrado los estudios de Guzmán y Pavez, la narración no solo es una forma de lenguaje, sino una forma de pensamiento y de vínculo con los otros.